jueves, 16 de diciembre de 2010

ELECCIONES, MODERNIDAD Y CORRUPCIÓN

“Los pueblos tienen los gobernantes que se merecen” dice un conocido refrán que se ha corroborado en el mundo entero y que de seguro es el consuelo de tontos que muchos queremos aplicar al Perú, con la simple explicación de que sucede hasta en los países más desarrollados. Pero, punto aparte de los escándalos desatados por los documentos revelados por el portal Wikileaks o las interceptaciones telefónicas en el plano local, el tema va más allá de la política y sus redes corruptas, es un problema más claro y directo: la población ha sido totalmente absorbida por la mediocridad más descarada y la desidia personal que la alimenta.

Para nadie es un secreto que el Perú es un país profundamente fragmentado, es decir roto que, a duras penas y con todo en contra, ha tratado de salir adelante gracias al instinto de supervivencia inherente a los seres humanos pero que si se tratara de lógica ya debería haber sucumbido a manos de su propio Estado que ha sido fuente inagotable de gobernantes corruptos y traidores a la patria, que le roban al país en épocas de necesidad lo mismo que en la bonanza. Un Estado plagado de cinismos, que invierte millones en engañar a los distraídos, que por desgracia son la mayoría.

Y es que esta realidad actual es el producto de una confabulación bastante paradójica y cruel para el Perú: crecemos económicamente en una época en la que el atraso cultural favorece a los mismos felones y les da más armas para hacer de las suyas, mientras la masa se siente moderna porque gracias al libre mercado y al crédito desmedido puede llenarse de aparatos que los mantienen distraídos y así poder dedicar su rendida, aunque pobre y elemental atención, al último capítulo de “Al fondo hay sitio”, la ópera prima de la realidad peruana, o a alguna serie extranjera, con subtítulos que traducen lo cómico de un idioma y una sociedad que nada tiene que ver con este país.

Qué triste coincidencia caer en manos de la tecnología cuando menos criterio tenemos para identificar sus beneficios y más vulnerables somos a sus perjuicios y excesos. Qué desafortunado momento para tener, aún en las zonas marginales, la mayor cantidad de cabinas de Internet en América Latina para que los niños y jóvenes se dediquen a perder el habla y a cambio de ello envíen mensajes plagados de faltas ortográficas, groserías y hasta amenazas a sus compañeros. Qué mala hora en la que se encontró nuestra deficiente educación con la distracción de los juegos interactivos que enardecen la pasión por la violencia mientras sus fanáticos permanecen encerrados, absortos y enviciados pero justificados por la futurista realidad virtual.

Claro que hay vicios aún más nocivos que también han proliferado en nuestra “creativa” sociedad peruana que rápidamente ha sabido ponerse al día con el mundo globalizado en temas de abuso infantil y prostitución, lo mismo que en secuestros, estafas y otros delitos para los cuales la ayuda de la tecnología ha sido de vital importancia especialmente para delincuentes recluidos en penales de máxima seguridad.

Pero aún con todo esto se habla de la “moderna sociedad peruana”, esa que crece económicamente de manera constante pero nadie sabe sobre la base de qué. Entonces proliferan los discursos cínico-optimistas y la gente se compra el cuento de que Gamarra es un paraíso de la moda, mientras las cámaras de televisión transmiten una y otra vez cómo un desvariado secuestrador es abatido de un balazo en la cabeza. Acto seguido, el presidente de la asociación de comerciantes de ese tugurizado centro comercial invita a los compradores a volver y asegura a sus clientes que no hay nada qué temer pues se trata de un lugar muy seguro. Eso sin mencionar la existencia de construcciones deficientes, los comercios precarios, la suciedad y los robos sin tanta cobertura mediática.

Estos datos por supuesto no detienen a nadie, la gente tiene que ir a buscar sus imitaciones de prendas de marcas extranjeras y sus versiones marginales del último grito de la moda que tanto admiran en las pasarelas de un desfile realizado en algún país lejano que seguramente no sabrían ubicar en el mapa del mundo.

Porque carecemos de autocrítica y autocontrol, somos una masa sin freno, sin razonamiento que actúa mayoritariamente por imitación. Tampoco tenemos memoria, razón por la cual somos capaces de reelegir a los mismos delincuentes que ya demostraron de lo que son capaces cuando accedieron al poder. Masa sin voluntad, que con los años ha vendido la dignidad por un kilo de arroz entregado por quienes les negaron la oportunidad de un empleo para satisfacer sus necesidades o de la educación necesaria para darse cuenta de que eso que creen un bondadoso regalo no son más que las migajas de lo que les han robado a manos llenas.

Masa cómplice o víctima de sus abusadores que gozan viéndolos ser felices con espectáculos de ínfima calidad, poca creatividad, actuaciones mediocres y exaltaciones de la vulgaridad que satura los sentidos, trastoca el criterio que pronto se deja convencer y llega al goce con cualquier cosa, desde el programa de conversación o de música para los que tienen televisión por cable y que llegan a sentirse y creerse refinados por perder su tiempo escuchando a personajes que divagan de la manera más descarada sobre temas que ni conocen, hasta los popularísimos espacios cómicos o de espectáculos que esparcen basura con ventilador entre las personas de gustos más “elementales”.

Estando así las cosas a quién podría sorprenderle el escenario electoral de poca monta que volvemos a vivir, un capítulo repetido de la misma serie de horror que atemoriza por las consecuencias nefastas que traerá para los próximos años. Donde la corrupción ya no es una sospecha sino una certeza, que sin embargo consigue altos porcentajes en las encuestas, como si se tratara de elegir a los personajes más corruptos para integrar el próximo gobierno y todas sus dependencias con total naturalidad.

De otro modo cómo se podría explicar que un alcalde de Lima que no deja de sorprender por sus malos manejos, prepotencia y denuncias de millonaria corrupción sea cabeza de serie en una carrera electoral hacia la presidencia. Cómo se explica que la hija de un dictador preso, que estudió y quién sabe qué otras cosas hizo, con dinero de Estado y que recicla personajes nefastos de la mal denominada política peruana, sea la segunda en las preferencias. Y partiendo de ahí se pueden mencionar a muchos otros que dan pena en las cifras pero rabia por su hipócrita afiliación a cualquier grupo político que pague bien por sus oficios. Esos son los futuros “despedidos de manera arbitraria” que cobrarán millonarias cifras de dinero por su tiempo de servicio como canallas de su propio país.

Una vez más estamos ante ese capítulo repetido de la historia del Perú, ese Perú que no se cansa de equivocarse y darle el gusto a los sinvergüenzas. Un país subestimado por los delincuentes enquistados en el poder que confían en que el sueño de la modernidad y el progreso mantenga dormidos a sus ilusos habitantes. ¿Despertaremos alguna vez por doloroso que eso sea?

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