A lo largo de nuestra historia política, la corrupción se ha manifestado de diversas maneras pero siempre con los mismos resultados: enriquecimientos ilícitos, dictaduras disfrazadas de democracias, condescendencias públicas conseguidas sobre la base del manido lugar común "robó pero hizo obra". En todas estas consecuencias de la preeminencia de la corrupción en el quehacer político nacional, el común denominador es que la corrupción se erige como una actividad, personal o grupal, concreta y plenamente ubicable en tiempos y espacios, aunque casi nunca demostrable legalmente, lo cual genera la atmósfera de impunidad permanente que caracteriza a nuestro país, que siempre figura en los primeros lugares cuando se trata de altos índices de corrupción a nivel mundial, como puede verificarse en los estudios de Transparencia Internacional de los últimos veinte años.
Pero lo que viene sucediendo con el hasta ahora interminable proceso electoral municipal es verdaderamente sui generis, no tiene antecedentes conocidos: la corrupción ronda como un fantasma, como una especie de espía sigiloso que va midiendo las circunstancias, calculando cada movimiento de la opinión pública, retrocediendo o avanzando cual serpiente a la espera de un descuido para dar el mordisco final y conseguir su objetivo. ¿De qué otra forma podemos interpretar estas idas y vueltas en un conteo local, con miles de actas impugnadas a raíz de un tendencioso cambio de reglas de juego de última hora? ¿cómo podemos leer esos titulares del trinomio El Comercio-Trome-Perú21 que, al clásico estilo psicosocial, expresan con optimismo que "la diferencia se va acortando entre PPC y Fuerza Social", "aun no hay nada dicho", "solo 12 mil votos"?
Las elecciones fueron el 3 de octubre. Han pasado 20 días y hemos visto cómo la ONPE, liderada por la Sra. Magdalena Chu, ha dilatado los escrutinios, conteos, impugnaciones y demás sin el más mínimo respeto por el ciudadano que emitió su voto puntual y masivamente. Día tras día vemos cómo la prensa adicta a la candidata Lourdes Flores recalca que cada vez son menos los votos que la distancian de la candidata Susana Villarán y minuto a minuto, gracias a la prensa digital, podemos notar los ataques a los personeros, voceros y simpatizantes de Fuerza Social , calificándolos de "triunfalistas· frente a una eventual pérdida en mesa, luego que se supiera desde los primeros sondeos "a boca de urna" y se confirmara después con los resultados extraoficiales de la ONPE y el JNE que era ella quien iba ganado, situación que dicho sea de paso, aun se mantiene.
Aquí es donde aparece esta nueva forma de corrupción silenciosa, taimada, que lo piensa más de dos veces antes de actuar, en lugar de sentarse sobre las voluntades de la población como normalmente lo hace. Esa corrupción indecisa, esa cuya existencia la Sra. Chu y todos los demás órganos oficiales insisten en negar en siete idiomas y que "descartan categóricamente", sabe que tiene mucho más que perder esta vez, pero no cierra las puertas a la posibilidad de salirse con la suya. Es como si estuvieran tratando de convencer a una sorprendente opinión pública - mucho más comprometida y vigilante que durante otros procesos - de que no sería raro que Lourdes Flores remontara tras el conteo de las actas impugnadas.
Y los operadores de esta corrupción fantasmal han sido muy diversos, desde el Presidente de la República lanzando mensajes subliminales - "votaremos por la continuidad" - hasta los trabajadores de la municipalidad colgando cartelones en contra de Villarán, pasando por toneladas de actas firmadas y selladas que favorecían a Fierza Social, acumuladas en depósitos de basura de El Agustino. Y esto sin mencionar los últimos conteos según los cuales, de un día para el otro, la diferencia va de 41 mil a 18 mil y de 18 mil a 12 mil votos (a razón de mil votos por hora). Al parecer se trata de una estrategia muy bien estudiada según la cual el público puede llegar a considerar "normales" estas fluctuaciones tan misteriosas y repentinas, que de normales no tienen nada.
Pero como decíamos líneas arriba, la opinión pública esta vez no ha pisado el palito del miedo, del manejo tendencioso de las informaciones, de las críticas injustificadas a esta nueva versión de la izquierda que tanto amedrenta al poder económico actual. La empatía generada por Susana Villarán con la gente de a pie le ha asestado un revés a la maquinaria político-mediática que seguramente calculaba que el fraude iba a ser más sencillo de perpetrar. Por eso esa corrupción no es manifiesta, sino que anda en puntas de pie atisbando para ver si se le presenta la más mínima oportunidad de atacar. A puertas de un nuevo proceso electoral, esta vez presidencial, es necesario tener presente esta nueva forma de operar de las redes de corrupción política porque si no logran su objetivo esta vez, quizás lo intenten en noviembre de 2011.
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